Leí este blog de principio a fin. Todo. Entrada por entrada. Línea por línea. Como quien se encuentra una caja con cartas viejas, garabateadas por un yo que ya no soy, pero que me sigue respirando en la nuca cuando cae la noche.
Y ¿saben? Es raro. Rarísimo. Como ver un video casero donde tú eres el protagonista, pero no recuerdas haberlo filmado. Algunas cosas las leo y me digo: “¿en qué carajos estaba pensando?”. Otras, parecen escritas por el cabrón que era esta misma mañana.
La nostalgia se sienta en mi sillón, pone los pies sobre la mesa, y me dice:
“¿te acuerdas cuando pensabas que sabías algo de la vida?”
Y bueno… después de cuatro años, he decidido que este blog necesita un descanso. No es un adiós solemne, ni un cierre de ciclo espiritual.
No.
Esto es un coma inducido.
Estará dormido, babeando, medio respirando. Tal vez despierte. Tal vez no.
Lo hará cuando tenga que hacerlo. Como todo lo que vale la pena.
No lo hago porque esté en crisis. Al contrario. Hay demasiadas cosas pasando como para sentarme a teclear el drama interno. He conocido personas increíbles. Borracheras que terminan con el alma fuera de servicio, amistades que se forjan entre risas sucias, demonios que ya no dan tanto miedo. Apliqué a una beca en el extranjero —y la gané, maldita sea—, podría irme en cuarto o quinto semestre.
En marzo me lanzo solo fuera del país por primera vez. Emocionado no describe ni la mitad del asunto. Si no me come un oso o me congelo en algún hostal sin calefacción, prometo reportarme.
Y sí, ya sé, podría estar subiendo fotos, escribiendo posts bonitos, documentando todo. Pero siento que al subir una foto le robas algo al momento. Como si le quitaras el alma y lo volvieras mercancía. Y francamente, prefiero guardarlo en la parte de atrás de mi cabeza. Ahí donde están los buenos recuerdos y los besos que aún saben a cigarro.
Por suerte, en mi vida están quienes tienen que estar. Ni uno más. Ni uno menos.
Y no, no crean que esto es madurar. No me volví un tipo decente ni me peinó la adultez con raya de lado.
Sigo subiendo pendejadas en Facebook.
Y mi canal de YouTube sigue activo, lleno de basura que me enorgullece.
Pero este blog... este blog se apaga un rato. Le bajo la cortina y le dejo una nota:
“descansa, cabrón. Te lo ganaste.”
Me voy por un tiempo. ¿Cuánto? No tengo idea.
Podría regresar mañana. Podría no volver nunca.
Lo sabré cuando me vuelva a doler algo adentro y no haya mejor cura que escribir.
Es tiempo de aire limpio, de nuevas calles, de comidas con sabor extraño, de abrazar a viejos amigos y cruzarme con antiguos amores sin decir palabra.
Me voy.
No como los que se despiden.
Sino como los que simplemente cierran la puerta sin hacer ruido.
Nos vemos del otro lado.
O no.
Quién sabe.
Adiós.