domingo, 26 de junio de 2011

Casa de los espíritus, Coacalco.

Hay una casa extraña por mi universidad. En la semana pasé por ahí junto con Toño, Charly y Candido. No tengo idea de que historia tenga, si todo lo que dicen es cierto, si solo es una leyenda urbana ó como en la mayoría de los casos sean solo mentiras e inventos de los lugareños. Solo sé que le llaman "La casa de los espíritus" y "La casa de las gárgolas".

Busqué en internet y no hay mucha información salvo una página que cuenta una leyenda urbana sobre la casa y los primeros 40 segundos de un vídeo de You tube.

La casa tiene la pinta de estar abandonada y en si toda la estructura es muy extraña, tiene figuras humanas, animales, serpientes, algo así como sirenas y demás adornos bastante raros. Al contemplarla por primera vez uno tiene convulsiones y se le mete el demonio uno tiene una sensación extraña y hasta cierto punto, impone un poco.

Y obviamente no podían faltar las fotos;


Toño en pose natural
Toño y Charly
Toño, Charly y yo.
Toño, Candido, Charly y yo

Pero hubo una en especial que me llamo mucho la atención, que comparada con la última foto, se ve claramente un agregado:

 Si le dan click a la imagen, ya en grande, se puede ver entre Toño y Candido algo.

Bueno, ya sabemos que hay que hacer ¿verdad?

¡¡Llamar al papá de Emmanuel!!

No, ya en serio. Si alguien conoce algo de esta casa, déjeme un comentario ó envíeme un correo. Y pues obviamente esperen pronto alguna pendejada relacionada con esto.

miércoles, 1 de junio de 2011

¡buenas noches!

El tiempo es un hijo de puta. Uno de esos que primero te invita a soñar y después te despierta con la cruda. Un día estás rascándote la panza en una banqueta, soñando con lo que serás, y al otro te das cuenta que eso que soñaste ya pasó... y ni te diste cuenta. Fue, como dicen los cursis, el mejor de los tiempos. Pero nadie me avisó que se acababa. Nadie me gritó: “¡Ey, pendejo! Este es el momento que vas a extrañar cuando estés hecho mierda”.

Y claro, como buen imbécil enamorado del futuro, me dediqué a cagarla. Rompí corazones sin querer, aprendí lecciones a madrazos y me quedé viendo cómo la vida de los demás seguía, mientras la mía hacía gárgaras con el agua estancada de un charco.

No sé en qué momento pasé de soñar con escapar a pudrirme bajo el sol tibio y traicionero de Coacalco. Pero aquí estoy. Aquí sigo. Un mueble viejo que nadie tira, pero que ya nadie usa. Los días se evaporan como cervezas abiertas, y yo solo los observo sin saber si los estoy viviendo o sobreviviendo.

Hay asuntos pendientes. Cosas que, por su bien —y tal vez un poco por el mío— debería resolver antes de que este circo cierre. Porque el reloj avanza, no perdona. Y cada tic la brecha se hace más grande.

Ella dice que me ama. Dice que será para siempre. Pero hasta el “pase lo que pase” tiene fecha de caducidad. Y yo, que ya no me creo ni mis promesas, solo atino a mirar al cielo y preguntarme cuánto más me queda antes de convertirme en el fantasma de alguien que una vez quiso ser alguien.

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